Por Jesica Maichin para @http://periodicodialogo.cl/wp/ el 20/02/22
¿Recuerda que hacía cuando era niño y no le gustaba una comida? De seguro aplanaba el puré con el tenedor (en mi caso) , sacaba los morrones uno por uno de la sopa, hacía desaparecer los pedazos de carne por debajo de la mesa o tomaba jugo al mismo tiempo que se mandaba una cucharada repleta con comida a la boca. Entonces nuestros padres y/o cuidadores aplicaban sus técnicas milenarias, dispuestos a no dejarnos sucumbir ante nuestro afán de ser regodeones o a la omnipresente sombra de la desnutrición.
Como sea, rara vez ganábamos. Ya sea con el avioncito o la clásica “una por la mamá, otra por el abuelito, otra por el presidente”, o en el peor de los casos, el tirano “no te paras de la silla hasta que te comas todo”. En cualquiera situación, el soberbio plato, lograba quedar pelado.
¿Pero a que costo?
Más allá de los enfoques alimentarios
En la mente de los padres y/o cuidadores que tienen el importantísimo rol de ser el adulto alimentador de un bebé de seis meses que, ya cumple todos los requisitos para comenzar su alimentación complementaria (AC), hay dos caminos: el primero es repetir la crianza-ya sea la de sus padres, o la que usted aplicó con otros hijos- o buscar otras alternativas. Todos los caminos conducen a Roma, dicen por ahí, pero lo cierto es que, una vez iniciada la alimentación, no todos los caminos nos llevan al mismo lugar.
La Organización mundial de la salud (OMS) describe a la alimentación responsiva como “un estilo de alimentación en que la madre esta sintonizada con las señales del niño, por lo que responde de un modo apropiado, con prontitud y le ofrece motivación y apoyo guiado según su nivel de habilidades”. La alimentación responsiva o perceptiva es un factor determinante de la alimentación de niños, no solo aporta una adecuada nutrición, sino que ayuda al desarrollo psico-afectivo.
Sobre esto y mucho más, sabe la nutricionista certificada en alimentación infantil, Pierina Grimaldi, quien hace cuatro años cambió el enfoque de su carrera y se interesó por la alimentación pediátrica, motivada por la experiencia de convertirse en madre por primera vez. En ese momento, vio la necesidad real de actualizarse.
La alimentación responsiva-comenta Pierina- es independiente del enfoque de alimentación, en palabras más simples, no tiene nada que ver con papillas o BLW (método donde el bebé come alimentos enteros, cortados especialmente para su agarre y masticación), va mucho más allá, es un concepto promovido por la OMS, que está dentro de lo que es el marco de la crianza responsiva, por lo que abarca todo; desde el ambiente donde come el bebé, hasta las actitudes que los padres toman durante la comida.
Para practicar la AR, los padres deben estar sincronizados. Se trata, de que el adulto, pueda ser capaz de interpretar las señales que da un bebé y posteriormente un niño al momento de comer, de forma adecuada, respondiendo consecuentemente. “Si mi bebé corre la cara, dando una señal, de que ya no quiere comer más, y yo una vez interpretado esto, como una señal de saciedad, lo dejo de alimentar, pero otras veces, lo obligo a comer cuando da esa señal, entonces no hay una respuesta constante del alimentador”, especificó la profesional.
Sin embargo, el tema no termina ahí. Por un lado, Pierina se refiere, al rol que cumple el Ministerio de Salud (Minsal), respecto a la alimentación complementaria. “Si bien se está trabajando en una nueva, la última guía es del 2016 y en ese año ya había evidencia científica para haberla dejado con recomendaciones más actuales. Y ese es el conflicto. Muchos profesionales de salud se confían de las directrices que envía el Minsal y no estudian más allá. Mientras que, por otra parte, está la otra cara de la moneda: Chile Crece Contigo, que también viene del gobierno. En esta sí aparecen recomendaciones más actualizadas; hace alusión al BLW, a derribar mitos alimentarios y a la alimentación responsiva. No obstante, ambas guías dicen cosas distintas. Finalmente, estas malas prácticas ayudan a que pueda ganar el tipo de alimentación no responsiva. Es toda una cadena, parte por el pediatra que es el primer profesional que nos orienta en la AC”, remató.
Respecto a las contraindicaciones que puede tener la Alimentación responsiva, según la nutricionista infantil, éstas son inexistentes. “Es importante permitir al bebé tocar los alimentos, si bien las papillas son válidas, no pueden prolongarse más allá de los diez meses, ya que se limita la exposición a texturas y pueden presentarse retrasos, por ejemplo; en sus habilidades motoras orales o en su masticación. Hay que tener en cuenta que hay un tema cultural del aprendizaje social transmitido de generación en generación de que, si el niño come harto va a ser sano, estas prácticas son más adultocentristas, el adulto le dice al niño que tiene que comer y las cantidades, ignorando toda su regulación fisiológica. Para aquellos días donde el bebé o niño, no quiera comer, nunca hay que engañar, ni menos obligar, esto implica la alimentación responsiva”, detalló.
Para finalizar, Grimaldi, recomienda a las madres y padres la necesidad de saber, que el equipo de salud, que nos atiende en los primeros años de vida del bebé, puede influir en nuestras prácticas de alimentación responsiva, tanto de forma positiva, como de forma negativa, así como también, el entorno familiar.
Asimismo, aconseja; informarse, pero de fuentes adecuadas, siempre buscando profesionales que tengan estudios actualizados en el área. Por ejemplo, buscar las opiniones de los usuarios en la web. “Con estas herramientas, si alguna vez sienten que, el nutricionista o pediatra dijo algo que no les calza, puedan confiar en sus conocimientos, pero también en su instinto”, aseguró.
Las manos son buenos cubiertos
Javiera Caro (26), aplicó la alimentación responsiva y el método BLW desde que su primer y único hijo llamado Mariano (15 meses) inició su alimentación complementaria. A los seis meses el bebé, no comía papillas, comía bastones de brócoli, y otros alimentos cortados y cocidos con la rigurosidad que exige este método. Se habían preparado bastante, incluso realizaron un curso con una nutricionista certificada en alimentación pediátrica y un curso de RCP.
En aquellos días donde el bebé, comía poco o no comía nada, nunca se preocuparon, ya que sabían que la leche materna era su principal alimento. Incluso actualmente, sigue sin ese agobio cuando hay días de inapetencia. “La seguridad, me la dio la información, nunca lo obligo a comer”, enfatizó.
Sin embargo, tuvieron malas experiencias con pediatras. Por cuatro profesionales pasaron, hasta que encontrar uno que les acomodara. Cuando Javiera les comentaba su sistema de alimentación, recibía comentarios que, sabía que carecían de fundamentos, pero igualmente la hacían sentir mala mamá. “Uno de ellos me dijo sin tapujos, que si quería matar a mi hijo. Me molesta mucho que no estén actualizados”, acato.
La cuchara seductora
Caterin Naguil (32) comenzó la AC de Alonso (10) y Matilda (16 meses) con papillas. Cuando su primer hijo, era bebe, no se atrevió a darle nada, que no estuviera dentro de la minuta, indicada por el pediatra. Así, cuando fue madre por segunda vez, decidió aplicar el mismo método, pues encontró que era la mejor opción, ya que Matilda tenía episodios de estreñimiento en los primeros meses. Sobre esto, el pediatra recomendaba papilla, incorporando el postre en el mismo formato.
Sin embargo, Caterin, esta vez hizo las cosas distintas. A medida que Matilda crecía fue incorporándole alimentos nuevos, y en distintas presentaciones, haciendo su alimentación más variada. Incluso desde el año, comenzó a comer trozos de fruta con su mano.
No obstante, cuando la bebé no quiere comer, se le implementó una estrategia. “Cuando veo que aún tiene bastante comida en su plato, le doy a ella otra cuchara, así mientras ella se entretiene tratando de llevarla a su boca, yo sigo dándole su comida. Así, no nos damos ni cuenta cuando ya se ha terminado su plato”, relató.
Como usted ha evidenciado mediante este reportaje, comer es una experiencia que no se limita solamente a dejar el plato prolijo, sobre todo cuando hablamos de infantes. Ante tales certezas, cabe preguntarse:
¿Repercutió hasta nuestros días la forma en que nos alimentaron cuando éramos niños?