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El mundo a cara descubierta: El fin de las mascarillas para los adolecentes

Este 1 de octubre, la autoridad sanitaria decretó el fin del uso obligatorio de mascarillas. Sin embargo, no todo es color de rosa, sobre todo para los que atraviesan esta complicada etapa de la vida

En una mirada retrospectiva, recordamos como fue adoptar este objeto de cuidado, prácticamente como una indumentaria más para movernos en el espacio público, lo que fue todo un tema en las estrategias para evitar el contagio del virus.

El primer desafío fue reconocerlas. Darnos cuenta que un “pañito”, el cuello del beatle o una bandana, no eran suficientes, para luego hacernos casi expertos y expertas en mascarillas con cierta cantidad de pliegues, códigos KN95, KF94, etc.

El mercado de cosas ligeras realizó su aporte fabricando cubrebocas con todo tipo de estampados; símbolos, emblemas de equipos deportivos, rostros de artistas famosos e incluso algunas muy ingeniosas que captaron más de una mirada. De seguro, a más de alguno, de pronto le ocurrió el contratiempo más odiado: olvidar la mascarilla.

La mayoría sintió que le faltaba el aire. Caminar y respirar, ya no era lo mismo, sobre todo para quienes realizaban prácticas deportivas, “maldita mascarilla”, dijo más de alguno sudando hasta la gota gorda.

Pero, lejos de la incomodidad que generó en nosotros, lamentablemente el planeta también pagó, injustamente, las consecuencias. Los cubrebocas, al ser un elemento desechable y sumado a la falta de educación en el cuidado del medio ambiente, hicieron lo esperable. En nuestro país, en estos dos años y medio de pandemia, se calcula que las mascarillas agregaron 4.000 toneladas de plástico adicionales al mes, según datos oficiales del Ministerio del Medio Ambiente.

Aun así, nuevas noticias llegan para la alegría de los rostros, y es que desde el 1 de octubre, ya no es obligatorio el uso de mascarillas ¡¡¡Por fin!!!

Si bien, hay alegría por este acontecimiento, hay cierto segmento de la población que considera que ésta noticia, no es del todo buena y manifiesta preocupación por un grupo importante que se vio afectado durante la pandemia, hablamos de los y las adolescentes.

De antesala, un factor clave a considerar es que al inicio de la pandemia niños y niñas transitaban a la adolescencia. Ese tránsito se hizo entre normativas de distanciamiento social, toques de queda y confinamiento. La mayoría se vio restringido en la posibilidad de compartir y desarrollarse con sus pares. Escuelas, corporaciones artísticas, asociaciones deportivas, etc. ¡Cerradas hasta nuevo aviso!

Debido a esto, las interacciones comenzaron progresivamente a realizarse por plataformas como meet o zoom, lo que generó un efecto complejo para la adolescencia. El fenómeno de ver el propio rostro en la interacción con los demás. Sí, ese famoso recuadrito en el que nos vemos a nosotros mismos(as) en una sala virtual.

Por ello, en pleno 2020 una institución peruana y más tarde, un prestigioso colegio boliviano, me invitaron a impartir charlas para padres acerca de qué hacer al respecto con adolescentes que no encienden la cámara en sus actividades escolares. Al parecer, la obligatoriedad de aparecer en ese recuadrito, llevó a muchos a rechazar cómo se veían, experimentando malestar con su rostro, contextura física, etc., lo que desencadenó problemas de la conducta alimentaria, dificultades con el ánimo, ansiedad, conductas autolesivas y problemas en la famosa autoestima.

El inicio de la adolescencia en pandemia, preocupó a muchos profesionales que trabajan con este segmento. Una interrogante que circulaba entre psicólogas y psicólogos tenía que ver con el confinamiento, como causa de una suerte de atrofia en la capacidad para socializar.

Sin embargo, pareciera ser que el problema más agudo, se fue mostrando en la aceptación de sí mismo(a) en un contexto donde el compartir con grupos de pares reales era más limitado, versus la relación permanente con pares más bien digitales o artificiales, lo que se volvió más frecuente.

El regreso paulatino a la presencialidad en escuelas, liceos y universidades, agregó un grado de estrés para muchos. Lo pudimos constatar in situó, quienes trabajamos en educación. Muchas veces observamos vergüenza para socializar con compañeros y compañeras que durante dos años interactuaron sólo por cámara, y que ahora, debían encontrarse en la vida real.

Como consecuencia, muchos centros educativos vieron con preocupación el retorno a la presencialidad, señalando que ésta es una generación más violenta. Los medios de comunicación informaron riñas  y una serie de conductas agresivas impactantes, especialmente en adolescentes, infiriendo que la causa era la carencia de competencias para socializar en persona, las cuales se vieron atrofiadas por la pandemia.

Sin embargo, el problema no surgió con el virus, sino que ésta, la pandemia, vino a acrecentar un problema ya existente. Nos guste o no, el sistema educativo chileno- incluida la universidad- han persistido a lo largo del tiempo, como instituciones de funcionamiento violento, incapaces de desarrollar procesos educativos en una forma diferente a la instrucción militarizada o centrada en los test y desarrollo de guías como único indicador de aprendizajes en las infancias y la adolescencia.

El fenómeno de la educación virtual en dos años de pandemia, no provocó ninguna reflexión acerca de las practicas educativas o valorar la educación a distancia como un recurso capaz de mejorar el sistema educativo. Muy por el contrario, se prefirió señalar a las y los estudiantes como atrofiados y violentos sin ninguna autocrítica.

Para los y las adolescentes, la mascarilla ayudó a lidiar con la aparición de espinillas, vello facial, marcas de nacimiento, morfología de labios, dientes y mentón, hoyuelos en las mejillas, lunares, brackets dentales, en fin todo lo que genera inseguridades incluso en adultos.

Conversando con mi hija, me contó está anécdota: “Papá, hoy con mis compañeras de ballet, a la salida de la academia nos quitamos las mascarillas, y la sensación fue como tener nuevas amigas. No nos conocíamos todas sin el cubrebocas, había chicas que eran muy diferentes a lo que yo creía antes de verlas a cara descubierta o lo que se ve en fotos de perfil en sus redes sociales”.

Hoy es un lunes diferente, ese cubre bocas, ya no es obligatorio. Usarlo va a requerir, al menos una explicación. ¿Para qué seguir con esa incomodidad? Con esa indumentaria que todos, en mayor o menor medida, hemos criticado o nos hemos quejado.

A pesar de lo expuesto, es necesario visibilizar que, para una parte importante de la población, la mascarilla no solo cumplió la función de resguardar el contagio, también funcionó como la posibilidad de estar con otros, escondiendo las inseguridades físicas.

En una consulta rápida a los y las adolescentes que pude contactar, cuando les consulté ¿Qué se siente que la mascarilla no sea obligatoria? La respuesta fue: ansiedad e inseguridad. Al preguntarles el por qué, las respuestas referían a la molestia de tener que exponer el rostro, sin filtros de Instagram, sin el encuadre de una cámara, sin las luces led o aros de luz, así, al natural. “Es como salir a la calle sin ropa interior”, señaló una adolecente.

Probablemente este estrés o ansiedad sea pasajera, a la larga solemos adaptarnos. Sin embargo, un problema transitorio mal abordado puede volverse permanente, al menos para algunos o algunas.

Quisiera compartir algunas ideas que aporten a profesionales, madres, padres y tutores que ayuden a transitar por este fenómeno con más fluidez.

  1. Hablar acerca de lo que nos pasa con esta nueva situación social. Instancia donde adultos y adolescentes puedan expresar lo que sienten, piensan o creen.
  2. Hablar acerca de la corporalidad, los patrones de estética impuestos por medios de comunicación y redes sociales. Especialmente develando la falta de naturalidad y cómo se impone el cuerpo como un objeto de consumo.
  3. Hablar y acordar conductas. No se habla ni menos critica la corporalidad de los otros. Así como establecer las estrategias a seguir cuando se infringe el acuerdo.
  4. En instituciones es bueno informar acerca de profesionales disponibles en su misma comunidad e invitar a consultar cuando el malestar que cada uno(a) pueda sentir se convierta en sufrimiento.
  5. Hablar del cuidado entre todos(as), así como la aceptación e integración de cada uno.

Esta generación y los más pequeños pudieron aprender algo en pandemia, el valor del cuidado personal y grupal. Es un aprendizaje que podemos invocar en esta nueva etapa de la emergencia sanitaria, en la que las dificultades para interactuar cambiaron nuestras formas de relacionarnos.

Rodrigo Mardones.

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